Una historia milenaria: La esposa, la otra y nosotras.-
- Myriam Cohen
- 7 jul 2023
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 10 jul 2023
La historia es milenaria. El deseo de las mujeres más allá del cauce predominante que por siglos se le ha dado al amor - familia e hijxs- ha sido siempre peligroso.
Hace un tiempo, en los medios y redes, todos los cañones apuntaron a una actriz joven que tuvo una relación con un futbolista casado.
En las últimas semanas escuché varias veces usar la palabra zorra para referirse a una mujer. En una pareja heterosexual, la esposa llamaba zorra a la mujer con la que el marido había tenido una relación extramatrimonial. En otra pareja de dos mujeres, una de ellas llamaba zorra a una mujer amiga de ambas que a su entender seducía a su compañera.
En todos los casos, zorra se refiere a “ la otra”, una mujer que desea, ama, seduce por fuera de la estructura familiar.
El tema puede parecer ya antiguo pero está vivito y coleando en esta época de transición de la vida amorosa. Si bien se jugó durante siglos entre hombres y mujeres, hoy parece atravesar transversalmente a todos los géneros a través de un patrón que opera en automático. Así que me referiré a la esposa y la otra como aspectos arquetípicos presentes en todo ser humano, de cualquier género.
La esposa ha sido y es aún hoy la que cuida a la familia, al marido, a los hijos. Es la guardiana del clan. Cierra las puertas de la casa para que adentro puedan vivir segurxs lxs que forman parte.
Hera, en la mitología griega, es la diosa que cuida a las esposas y las familias. Es la esposa de Zeus, Dios del Olimpo que tiene amoríos con toda diosa y no diosa con la que se cruza. Hera es tremendamente celosa y vengativa ante las relaciones que Zeus tiene con otras mujeres.
Pero la cosa es que no se enoja con su marido. Su furia se dirige hacia las otras. Zeus es parte de su familia y ella es la guardiana, así que lo cuida. Sus lanzas se dirigen contra las de afuera, que son peligrosas, seductoras y destructoras del hogar.
El marido es un pobre seducido o un pícaro entrador.
Este cuento nos suena a todxs. Ha dejado un surco por el que transitamos sin siquiera notarlo y dentro del surco a veces creemos que diseñamos nuestras relaciones libremente.
Pero allí está el cuentito operando en forma automática.
Las mujeres, ya en la mitología griega, estamos enfrentadas. La esposa y la madre son los únicos aspectos que nuestro sistema político-económico ha establecido como válidos . “La otra”, la que escucha su deseo y lo juega es la zorra, la puta, la infiel.
El hombre? Bueno, de él no se habla.
Da igual si es infiel o fiel, esposo, padre o amante, amoroso o violento. Haga lo que haga no se lo juzgará. Si un hombre tiene una relación con una mujer casada, nadie dirá nada de él, pero se la juzgará duramente a ella. Si una mujer sale con un hombre casado, será ella la culpable de destruir una familia.
¿Y quién es “la otra” en esta historia?
La otra es la mujer que ama por el amor mismo. Se enamora de todo. Una flor, el sol, el aroma a canela, la belleza de una camelia, un ser humano. Es Venus, diosa del amor. Un amor que no tiene tradición, ni familia, ni propiedad que cuidar. No tiene registro de los formatos en los que la cultura ha metido al amor. Es aquí y ahora. Afrodita renueva lo que toca, saca una sonrisa, ama libremente.
Desde la astrología, aquella imagen de Hera encuentra su equivalente en la luna, quien se siente amenazada por lo que está afuera de su tribu. En astrología la luna y venus son dos aspectos de lo femenino. Femenino como cualidad que tenemos todos los seres humanos.
La luna es el amor cerrado, el que permite que nazca algo protegido. Es el útero, la cueva, el hogar, la sopa, la nutrición.
Venus es el amor abierto por cada instante y cada cosa, sin tener que cuidar más que el momento actual.
La luna y venus han vivido en tensión en nuestra cultura desde que Hera comenzó a combatir a toda Afrodita que se relacionara con Zeus.
Pero esencialmente son complementarias, dos aspectos y dos momentos del amor. A veces hay que cerrar para que algo pueda nacer y otras veces hay que abrir para que la vida se renueve.
Los dardos que las esposas aún hoy disparan contra las otras son disparos que vuelven como un boomerang. Porque ambas viven e interactúan dentro de cada mujer. Hoy soy la esposa cuyo marido se enamora de otra y mañana seré la otra que se enamora de un hombre que es marido de una esposa.
El amor sucede y parece tener poco que ver con la voluntad. Y menos aún con la estructura familiar.
Cuando se da, florece la vida esté donde esté. Aunque implique la separación de una pareja. Siempre vendrán nuevos comienzos, tiempos de recalcular.
Cuidarnos la espalda entre mujeres ha sido siempre un modo de sobrevivir y cambiar la historia. El dolor de no ser amadxs puede ser tan legítimo como la libertad de amar a quien uno desee. Que siempre la culpa recaiga sobre nosotras es parte de un cuento que ya no queremos contar, una historia que nos ha costado y nos sigue costando la vida.
Tenemos la posibilidad de crear una y mil narraciones nuevas. Realidades donde somos con esa otra y no contra esa otra. Realidades donde el punto de vista cambie y podamos ver las escenas completas, sin el foco –una vez más– en lo que la mujer hace con su vida. Cuentos donde la esposa y “la otra” somos siempre, siempre, nosotras.
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