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Diario del Monte: Lo que pasa cuando llegamos.-

Actualizado: 6 jul



"Diario del Monte" es el nombre de las notas que escribo desde Casalinda, en Traslasierra. Comparto el ritmo del monte, las sierras, los arroyos y los amaneceres; escenas que vivimos aquí con quienes vienen y van, prácticas para la salud natural, reflexiones, astrología e I Ching, recetas de la abuela, el pulso de la naturaleza. 


Diario del Monte – 6 de Julio

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8 am.

Los días amanecen lentos.

Apenas me levanto, salgo a respirar las sierras.

A esta hora, el aire huele a zorro y pasto húmedo.

Tiene algo salvaje que me despierta.

Enciendo el fuego.

Hago Tai Chi sentada a su lado.  

Más tarde pongo mantas sobre las camas y dejo que el pan leve con el calor de la cocina.

Todavía no llegaron pero ya se siente: algo empieza a suceder.


Ana llega caminando desde el limite.

Son dos kilómetros por la ruta de la costa.

La costa de los Comechingones.

Trae un maple de huevos de campo con una tela encima.

La veo venir hacia la tranquera.

Camina como las mujeres hindúes del Rajasthan, rápido y con gracia cargando en perfecto equilibrio sobre sus cabezas bandejas con panes, chapatis, empanadas, mientras charlan y se ríen.

Se me rompió el auto dice, mientras me entrega el maple como si estuviera poniendo en mis manos algo sagrado.

Sonríe.

Yo también.

El frío de la mañana me entra por la espalda mientras la acompaño unos metros hasta la segunda tranquera.

Ana cria sola sus gallinas, reparte sus huevos por todo el valle. 

Se va feliz. 

Me quedo mirando su Tai Chi al caminar.

Vuelvo despacio.

La ofrenda en mis manos.


En la cocina, amasar es una forma de volver.

Cada una trae consigo una receta sin nombre:

el pan de centeno de la abuela,

la sopa de papas de la madre rumana,

el hummus al estilo libanés,

los knishes con grasa de pollo,

el cous cous marroquí de una tía,

el guiso de lentejas que cura inviernos.

Mientras cocinamos, algo se afloja en los hombros, en la mandíbula.

El pan leva al ritmo de las risas y las recetas.



Subimos al arroyo en Pasos Malos, bien arriba.

Un sendero en la quebrada va soltando el cuerpo.

Las mujeres charlan animadas hasta que llegamos a la primera pileta natural.

Se hace un silencio.

Se acomodan en las piedras.

El agua corre, se adapta al terreno.

No pierde nunca su esencia y no mira atrás, dice el I Ching en su hexagrama 29, el agua, lo abismal.

María, que llegó como si viniera de sostener un palacio en sus espaldas, se moja los pies en el agua helada.

Pega un grito seco.

Nos quedamos mirándola.

Tiene un ataque de risa. Nos contagia a todas.

Hace cinco grados.

Nos calzamos los borcegos y seguimos subiendo arroyo arriba.

De a poco, las caras se relajan.

Vamos de pileta en pileta hasta la cascada mayor, al final del arroyo.

El monte se abre al ritmo de nuestras pisadas.

Nos sentamos en las piedras alrededor de la Cascada.

El sonido del agua lo abarca todo. 

Me paro y dejo que el sonido mueva mi cuerpo.

De a una se van incorporando hasta que todas siguen - sin saber- los movimientos de Tai Chi.

Al bajar, nos quedamos en una pradera en la ladera oeste de la sierra.

Sacamos la yerba, la marcela, palo amarillo y poleo que juntamos al subir, los panes de centeno, el arrope de chañar.

Circulan tres mates a pura charla.

Parecemos nenas jugando.

Ese es el don de las Sierras.

Entre mate y mate aparecen las historias de vida.

María, que después del ataque de risa parece haberse sacado gran parte del peso que llevaba encima, ceba un mate y comienza a hablar.

Acaba de perder a su hijo de 22 años.

Hace dos meses.

Se hace un silencio solo cruzado por el agua.

Virginia recibe el mate y la abraza.

María se deja abrazar.

No llora.

Me doy cuenta de que el pibe que está en la foto de su WhatsApp es su hijo.

Se me cierra el corazón.

Pero María exhala fortaleza, no angustia.

Entonces, alguien canta.

Una vidala.

Las estrellitas del cielo, la vida mia. 

La sierra responde con una ráfaga de viento.


¿Me impacta la muerte porque vivo como si fuera eterna?

El ascendente en Escorpio me da una conciencia permanente de lo efímero. 

Pero me angustia ver la muerte de un joven de cerca.

Me obliga a ir a lo esencial.

Todo esto es una gran ilusión y, aún así, vale la pena.

Y, aún así, no importa tanto porque es una ilusión.

Tener una oración, una práctica a mano para los tiempos difíciles me es esencial:

que la luz dorada del cielo bañe mi cuerpo...

Necesito un abrazo.


Por la tarde, algunas duermen, otras leen en la galería.

María acaricia un libro con la punta de los dedos.

Me dice que le cuesta leer.

Lo dice con lucidez, sin autocompasión.

Gaby y Lucía, dos amigas que vinieron juntas, la acompañan todo el tiempo.


En la noche fría, el fuego nos sostiene.

Y la sopa de calabaza y verdeo.

No hablamos.

Algo adentro sedimenta.


Un amigo me dijo una vez que lo que sucede no es el tiempo, es el espacio.

Casalinda no es la casa ni el monte.

Es lo que pasa cuando llegamos.


Myriam

 
 
 

1 Comment


paolazini
Jul 07

Inmenso


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