Breve historia sobre los modos del amor.-
- Myr Coh
- 10 may 2023
- 3 Min. de lectura
Ella tiene seis años y está terminando primer grado. Una de las cosas que más la preocupa es cómo va a hacer para enamorarse de alguien que justo, justo, se enamore de ella. Entre tantos millones de seres, ¿cómo podría darse ese encuentro?
Una noche, abre la ventana de su cuarto y mira las estrellas, que en su infancia todavía pueblan el cielo de la ciudad. No entiende qué hacen ahí, ni ella en este planeta, en esta casa, con sus papás, con sus hermanxs. No entiende por qué su casa tiene un jardín, por qué hay un auto estacionado en la puerta, calles que la llevan a la heladería, o al colegio, no entiende por qué existe Doña Cinda, la vecina. Todo le resulta extraño, ajeno. Le falta un nexo entre el cielo y la vida, una explicación. Tiene que haber un secreto, murmura.
La niña no piensa en formar una familia, tener hijos, un marido. El formato familiar no está dentro de sus sueños, pero sí la desvela saber cómo se va a dar el encuentro misterioso con la persona designada para ella. Tiene esa sola preocupación: encontrar a su media naranja, perdida en un mundo lleno de gente. Va a ser, seguramente, como buscar una aguja en un pajar.
Muchas veces piensa en sus papás, los ve pelearse y amigarse con igual intensidad. La intriga el amor entre ellos, ¿cuál será el secreto por el cual pasan del enojo al enamoramiento sin escalas intermedias?
Pasa el tiempo y la niña entra en la adolescencia. Se siente enamorada de un compañero, es el más lindo del colegio. Pero ella no es la más linda, es demasiado alta, y desgarbada, muy flaca, tiene la nariz grande, el pelo corto, es extremadamente tímida. Sufre porque siente que el chico que le gusta no está a su alcance. Es un amor imposible. Pero después se distrae, ahora le gusta otro chico, el más reo del colegio. Pero ella no es rea, es estudiosa, se porta bien, se mantiene siempre en las formas correctas. No cree que ella le pueda gustar a él.
Comienza a sospechar que no hay una media naranja. El amor se empieza a parecer a una red de atracciones y rechazos que se suceden solos.
Se pregunta si puede decidir a quién amar. Intentar conducir al amor es como querer meter el viento en una botella. Se sigue enamorando, pero ella no elige de quien. Es algo que le sucede. Entonces, cuando no es correspondida, se frustra.
Con el tiempo, decide ponerse detrás de la ola amorosa, seguirla en vez de correr adelante tratando de guiarla. No es posible guiar una ola. Como el viento, circula sola.
Pasa el tiempo y la adolescente se convierte en una mujer, tiene parejas largas y estables, más de una. A veces, ella se dejó llevar y dio un cauce propicio al amor, en otros arremetió con fuerza y el vínculo quedó sin cauce posible. Cada una de esas relaciones está viva en la mujer que es hoy, dejó en ella sus tesoros, sus aprendizajes y amorosidad.

Trabajo con parejas y familias desde mis 23 años. La marea me fue llevando por el lado del vínculo amoroso y sus misterios. No podría asegurar cuál es la clave de un vínculo duradero pero sí sé que se acerca bastante a lo que dice el hexagrama número 32 del I Ching, el libro de las mutaciones, “La duración”, que simboliza a la pareja o matrimonio. En este hexagrama se unen el viento y el trueno, los dos fenómenos más cambiantes que existen y que por eso perduran al renovarse constantemente. “Lo que permanece en el tiempo es lo que va cambiando”, dice el I Ching y nos deja la punta de un hilo del que tirar:
“El trueno retumba y el viento sopla: ambas manifestaciones representan lo sumamente móvil, de modo que, según las apariencias, se trataría de algo opuesto a la duración. Sin embargo, su aparición y desaparición, su avance y retroceso, su ida y venida, obedece a leyes duraderas. Así, la independencia del ser humano tampoco se basa en inmovilidad o rigidez. Siempre vive de acuerdo con el tiempo y varía con éste. Lo duradero es el rumbo firme, la ley interior de su ser, la que determina todos sus actos (…)
Una pareja muy amiga se casó hace un tiempo largo. Ella de familia católica, él de familia judía. Me pidieron que hiciera una ceremonia laica y sagrada. La fiesta fue una celebración cuyos efluvios están aún presentes en sus vidas y las de quienes lxs acompañamos. El ritual consistió en hablar de cada unx de ellxs, sus amores, talentos y también en leerles parte del hexagrama 32, terminando con esta frase que resultó ser una especie de brújula para la vida amorosa:
“La duración implica múltiples y variadas experiencias sin hastío” ( Hexagrama 32, I Ching)
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