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¿Amar sin nombre?

Actualizado: 24 mar 2023


Nuestro vínculo no tiene nombre.

Como a Jehová,

no se lo puede nombrar.

O como el Tao que se nombra

no es el verdadero Tao.

Así, van pasando los años.

Laura se ceba un mate y me dice, del otro lado de la pantalla: “ Estoy con Javier desde hace 4 años, y todavía no encontramos un nombre para nuestro amor”. Tiene treinta y nueve años, y hace dos que viene a verme para que la acompañe en un proceso de cambio personal y vincular. Sigue diciendo: “En cuanto pensamos un nombre para definirlo, viene con tantas cláusulas preestablecidas que nos sentimos encerrados en esa palabra. Si decimos que somos “amigxs”, entendemos un vínculo afectivo libre, con idas y venidas, donde cada unx hace y elige su vida sin pertenecer al otrx. Si decimos “pareja o matrimonio”, las generales de la ley desde hace siglos dicen pertenencia, monogamia, exclusividad sexual, proyecto en común, convivencia, hijxs. Si decimos “pareja abierta”, no entendemos bien cómo ponerla en práctica. Somos algo de todas esas palabras pero no encajamos en una sola.”


Mientras Laura habla, me vino un recuerdo de mis cuatro años: Parada en la puerta del jardín de infantes con mi papá, vi a una mujer sentada en un Fiat 600. Me acerqué a ella y le pregunté cómo se llamaba. Me dijo: No tengo nombre. Me quedé mirándola. Una mujer sin nombre ¿cómo podía ser? Recuerdo su mirada brillante, su sonrisa extraña como escondiendo un secreto.


No tener un nombre te hace tener todos los nombres, todo el espacio vacío para llenarlo como vos quieras, o para que se vaya llenando y vaciando, y volviendo a llenar. Llegué a pensar con los años que esa mujer no era una mujer sino una diosa.


Me surgieron muchas preguntas, que planteé a Laura. ¿ Es la relación sin nombre más creativa y libre ya que no tiene que responder a un formato previo ni futuro? ¿Implica entregarse a la ilusión de un instante que imaginamos irrepetible y mágico, excitante, pero que sabemos se consumirá en segundos?


“No puedo vivir el amor así, en presente continuo, sin nombres. -me dice Karina, sentada en el sillón, acomodándose el pelo mientras habla. Su voz es más pausada que la de Laura, es como si quisiera asegurarse de que está pisando firme: “A mí el piloto automático de la pareja monogámica y estable me tranquiliza. Prefiero que el vínculo no ocupe todo el espacio mental y emocional. Pero ahora resulta que hay que curtir el amor libre, si no, sos una dinosauria. Y para mí no es así.”


Karina parece estar buscando un modo de incorporar algo nuevo en su vida amorosa que sea novedoso pero no tanto que no lo pueda digerir.

No es fácil decidir qué cauce darle al amor en estos tiempos de cambios. Se mezclan las ganas de lo nuevo, la libertad, la ilusión del amor mágico e irrepetible, sin nombres con el apego, el temor a perder al otrx. Siglos de amar a un ser que pensamos como “propio”: “mi” hijx, “mi” pareja, “mi” familia.


En esta época, en la que transitamos el túnel de las mutaciones, también podemos mantener abierta la conversación con sus diferentes miradas, ideas y sentimientos, lo viejo y lo nuevo mezclados. Vamos a tientas, percibiendo dónde dar el próximo paso, hasta que pueda abrirse un nuevo nivel de comprensión de la situación. Quizás el “no saber” sea ya un nuevo modo de amar.






 
 
 

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