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24 de marzo de 1976.- Fragmento de Trampolín.-

  • Foto del escritor: Myr Coh
    Myr Coh
  • 24 mar 2023
  • 3 Min. de lectura

Una urgencia en el aire tibio de marzo. Desde mi cama escucho sus pasos esponjosos sobre la alfombra, el deslizarse de

las pantuflas sobre la cerámica del comedor hasta la cocina.

Lo primero que hace es encender la radio. Hoy no funciona del todo bien, la golpea tratando de no hacer ruido. Voces

entre una lluvia de sonidos difusos. Raspa un fósforo varias veces hasta que logra encender la hornalla. La pava de acero inoxidable sobre el fuego. Vacía el mate del día anterior, la yerba húmeda no hace ruido pero sí su brazo agitándose sobre el tacho de basura. Abre la canilla, enjuaga el mate y la bombilla. Puedo verla parada en la cocina cuadrada, revestida en pisos y paredes de azulejos grises y blancos, de esos cuadrados que luego serían de colección, el techo blanco, la mesada de granito negra. Allí está, frente a la pileta, de espaldas a la ventanita que separa la cocina del living grande, que se usa solo cuando vienen visitas. Por eso está siempre frío y con un aire a museo.

La radio sigue emitiendo ruidos molestos. Una voz que viene de lejos queda sintonizada al fin. Mamá no hace ningún

sonido hasta que de pronto pega un grito que ahoga para no despertarnos. No llego a oír lo que dice la voz. Me siento en

la cama despacio, voy hasta la cocina, asomo la cabeza por debajo de la mesada, la veo marcando el teléfono negro con

números blancos que está sobre el desayunador. Tiene puesto un batón rosa abierto, el cinturón suelto a los costados,

el pelo negro, siempre batido de peluquería, algo aplastado por la almohada. Espera con el teléfono en la oreja. Su pie

derecho golpea el piso a mucha velocidad. Sus hombros levantados, tensos.

—¡Cagó fuego! ¡Cagó fuego! —dice casi gritando.

—Cayó Isabelita, Sara... ¡Cagó fuego Isabelita!

A mis nueve años sé que Isabelita es la presidenta de la Nación pero jamás había oído a mamá decir la palabra “cagar”.

Algo realmente serio debe de estar pasando.

Mamá es socialista. “Socialista de Palacios”, aclara con el mismo orgullo con que se reconoce espiritista. Su antiperonismo la hace oscilar entre votar a su partido o a los radicales alternativamente. Cuando se da la ocasión de votar, dice.

A papá no le interesa la política pero vota a los radicales por las dudas.

Está eufórica.

La alegría le dura hasta que esa misma tarde llega mi hermano Oscar en su Ami 8 amarillo, todo despintado. Como

siempre, viene cuando papá no está en casa.

Oscar me lleva diecisiete años. Es hijo de Antonio, el primer marido de mamá, motivo suficiente para que papá - hijo de sirios -, no lo quiera ver cerca. Nada de andar ensamblando familias.

Oscar es peronista. Lo sé porque ese detalle saca de quicio a papá.

Peronista es una palabra ambigua. Para Oscar es igual que decir héroe. Para papá es un insulto. Para mí, tiene algo que

ver con los palestinos –de los que sé a través del club sionista adonde voy los sábados –, porque Oscar tiene en su casa un pañuelo palestino sobre un afiche que dice “Viva Perón”.

Oscar llega, mamá lo lleva al quincho, donde siempre charlan bajito y fuman. Los espío desde detrás de la cortina del

gran ventanal del living.

No oigo lo que dicen pero veo a mi hermano hacer gestos tensos con las manos. Las bate en el aire con fuerza. Sus dedos largos y blancos como de pianista. Mamá apenas sentada en la punta de su banquito, con las manos apoyadas sobre las rodillas, el cuerpo hacia adelante, una oreja apuntando a Oscar como para comprender bien lo que él le explica con detalle.

Media hora después, Oscar se va, como siempre, por el garage, a toda velocidad.

Mamá entra a la cocina con el ceño fruncido, se sienta sobre la mesada, busca en el fondo del cajón de los repasadores un paquete de cigarrillos, enciende uno. Sé que fuma a escondidas de papá. Me ve a través de la ventanita que da al living.

Oculta la mano con el cigarrillo detrás de su cintura. Me mira con una sonrisa extraña. No dice nada.

Esa noche, la tía Sara llama por teléfono.

Oscar dice que la tía no sabe nada de política.

Nada de nada, solo que es antiperonista.

Mamá atiende el teléfono.

—No hay nada que celebrar, Sara, se viene la noche.



Para leer mi libro Trampolín online, pueden escribir a dramyriamcohen@gmail.com.-


 
 
 

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